Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), 1 de cada 160 niños tiene autismo. Los últimos estudios nos dicen que 1 de cada 100 personas convive con el autismo y esta prevalencia no para de aumentar. De hecho, en algunos países desarrollados, donde los mecanismos de detección tienen más presencia, esta proporción puede aumentar. Desde el año 2000 la prevalencia ha aumentado un 178%.
Los TEA pueden ser complicados de diagnosticar debido a que los médicos necesitan observar el comportamiento y desarrollo del niño pero pueden presentarse los primeros síntomas desde los primeros años. Incluso, a partir de los 18 meses un médico puede determinar si el infante pertenece al espectro. Este caso es el más óptimo porque permite tratarlo desde temprana edad para mejorar sus posibilidades de ser una persona adulta independiente y capaz.
Ser diagnosticado con algún trastorno del espectro autista en edad adulta es mucho más complejo ya que no existe un procedimiento establecido. Probablemente esa persona ya aprendió a manejar u ocultar sus síntomas, lo cual hará más difícil al especialista poder determinar si padece algún tipo de TEA con sólo observar el comportamiento de la persona, ya que normalmente incluyen preguntas sobre su infancia y desarrollo.
Para las personas autistas una conversación que contenga una ironía puede ser algo difícil de descifrar, relacionar una expresión facial con un sentimiento, una misión casi imposible. Estos son solo algunos ejemplos de condiciones autistas, porque el espectro es muy amplio: desde el Asperger al síndrome de Heller.
Las personas con TEA pueden llegar a vivir situaciones realmente duras: son víctimas recurrentes del “bullying” en las escuelas, la sociedad les suele apartar y ridiculizar y son potenciales víctimas de violencia sexual.