El regreso de las mujeres mexicanas a la fuerza de trabajo tras la crisis laboral que implicó la pandemia de coronavirus ha sido cuesta arriba, está sostenido en el incremento de la ocupación en sectores informales y un despegue de las condiciones críticas de ocupación: jornadas laborales mínimas, con un pago mínimo por igual; o extensas, más de 35 o 48 horas, en que las remuneraciones no rebasan uno y dos salarios mínimos, respectivamente.
Datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) exhiben que menos de la mitad de las mujeres en México participan en el mercado laboral, y en una economía donde los bajos salarios son la generalidad, independientemente de otros factores, tres de cada cuatro trabajadoras, 75 .6 por ciento, ganan menos de dos salarios mínimos por su trabajo; mientras en los hombres esta proporción baja a 68.1 por ciento.
Durante la presentación del Panorama Social de América Latina, el pasado 24 de noviembre, Güezmes destacó que además de que se observa “un enorme retroceso en la autonomía económica de las mujeres” y el desperdicio del bono de género que eso representa para las economías latinoamericanas, el que las mujeres tengan un mayor número de años de educación formal no se ha traducido en participación laboral y económica.
Los datos para México, reportados por Inegi, muestra que entre las mujeres en busca de empleo, 61.7 por ciento tiene educación media o superior, una proporción no sólo mayor a la registrada antes de la pandemia –que en el primer trimestre de 2020 era 58.2 por ciento–; también se encuentra por arriba del 50.5 por ciento que representan los hombres con mayores estudios en desocupación, tasa que antes de la crisis por covid era de 46.1 por ciento.
En toda América Latina “se desaprovecha un profundo bono de género”, consideró Güezmes. El 27 por ciento de mujeres entre 25 y 59 años cuenta con 13 o más años de instrucción, en comparación con 23.3 por ciento de los hombres.