Fuera de la autopista de dos carriles que serpentea a lo largo del lado noreste de la isla hawaiana de Kauai, en un tranquilo terreno entre los centros turísticos de Kapaa y Hanalei, se materializa un enorme proyecto secreto.
Un muro de casi dos metros bloquea la vista desde una carretera cercana frente a él, donde los autos reducen la velocidad para intentar vislumbrar lo que hay detrás. Los guardias de seguridad vigilan la puerta de entrada y patrullan las playas circundantes en vehículos todo terreno. Entran y salen camionetas que transportan materiales de construcción y centenares de trabajadores.
A nadie que participe en este proyecto se le permite hablar de lo que se está creando allí. Casi todos los que pasan por el caseta de seguridad, desde carpinteros a electricistas, pintores o vigilantes, están sujetos a un estricto acuerdo de confidencialidad, según varios trabajadores implicados en el proyecto. Y, aseguran, no es una formalidad. Algunos comentan haber visto u oído hablar de compañeros que fueron expulsados del proyecto por publicar información sobre él en redes sociales. Los distintos equipos de construcción de la obra están asignados a proyectos separados y los trabajadores tienen prohibido hablar con otros equipos sobre su labor, señalan las fuentes.
“Es el club de la pelea. No hablamos del club de la pelea”, cuenta David, un antiguo empleado. WIRED aceptó que no revelaría su nombre real porque no estaba autorizado a hablar con la prensa. “Cualquier información que se publique desde aquí, se enteran enseguida”.
Otro extrabajador de la obra, a quien llamaremos John, relata que le contaron que otro miembro de su constructora fue despedido por compartir supuestamente una imagen del proyecto en Snapchat. Ha oído historias similares de otros equipos. John dice que la aplicación “tan estricta” de los acuerdos de confidencialidad hace que los empleados no quieran siquiera “correr el riesgo de que les descubran tomando una foto”.
El proyecto es tan grande que una parte nada insignificante de la isla está protegida por el acuerdo de confidencialidad. Pero todos saben quién está detrás: Mark Zuckerberg, CEO de Meta, quien compró los terrenos en una serie de negociaciones que comenzaron en agosto de 2014.