Cuando se habla de almohada, la primera asociación mental que la gente de hoy tiene es la de un cojín blando y suave sobre el cual poner la cabeza a la hora de dormir. Pero la primera almohada surgió en Mesopotamia, allí las almohadas, eran de piedra y tenían un uso ligeramente diferente al que le damos hoy en día.
Básicamente, servían para mantener lejos de la boca, la nariz y las orejas a los insectos a la hora de dormir.
En estos casos, nos remontamos a hace aproximadamente 9.000 años.
En las tumbas de los antiguos egipcios, se han encontrado almohadas de madera con una hendidura central, las cuales servían para reposar la cabeza. Eran más suaves que las de piedra que empleaba el pueblo llano, por lo que han sido descubiertas en las tumbas de los faraones y personas de clase social alta.
De hecho, en los ritos funerarios egipcios, se consideraba que ser enterrado con la cabeza a cierta altura permitía al fallecido ver más allá del horizonte. Se creía también que la cabeza era el centro espiritual del cuerpo y la almohada se consideraba como un objeto cuya función era el cuidado de la cabeza. Algo así como un amuleto de protección.
La obra “Nuevos Misterios del Antiguo Egipto”, escrita por Cassandra Eason, alude a la protección de las almohadas contra males como el insomnio y a sus dotes adivinatorias.